La tierra anaranjada de las montañas quemaba las pieles
entregadas al camino.
La tarde silenciosa y
Susurros de fondo coloreaban el paisaje.
Se encontraban Rocío y Juan charlando
con los pies sumergidos en el Agua.
Sus traseros reposaban en rocas
A unos metros, recién llegados Jerome y yo tocábamos tímidamente
La tierra mojada justo a la altura de la Garganta del Diablo.
Ya no sabíamos si era esa arcilla perfecta la que nos mecía y acariciaba
Una y otra vez y se amoldaba a nuestros cuerpos secos, o si en realidad era solo
A mi a la que le Inspiraba y aterraba escucharlo decir, sentir, trasmitir tan a corazón abierto.
A ese ser de mundo totalmente ajeno al mío, con el que ensayé mi francés olvidado y al que
por azar vestía anaranjadamente no como el sol sino como la ultima pieza hallada del valle Calchaquí.
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